Sobre los finales del sueño: sombras en el resplandor de un mundo 24/7
Jonathan Crary
(Traducción de Roberto Riquelme)
Voy a comenzar mi exposición con tres asuntos de actualidad:
1) Si alguna vez han vivido en cualquier lugar a lo largo de la costa oeste de Norteamérica, pueden saber que cada año cientos de especies de pájaros migran estacionalmente, arriba y abajo, a varias distancias a través de aquel perímetro continental. Una particular especie de pájaros en este grupo es el gorrión blanco coronado, cuya ruta característica lo lleva en otoño de Alaska al norte de México, y luego de vuelta cada primavera. A diferencia de la mayoría de los otros pájaros, este tipo de gorrión tiene la muy inusual capacidad de permanecer despierto durante los siete días que duran sus migraciones, lo que le permite volar y navegar de noche, y buscar alimento de día sin descanso. Entonces, puede resultar curioso que el Departamento de Defensa de los Estados Unidos haya estado gastando grandes cantidades de dinero durante los últimos cinco años en el estudio de esas criaturas. Investigadores universitarios con fondos militares en varias universidades, especialmente en Madison, Wisconsin, han estado analizando la actividad cerebral de los pájaros durante esos largos periodos sin sueño, con la esperanza de adquirir un conocimiento aplicable a los seres humanos: esto es, el objetivo es descubrir maneras de capacitar a las personas para que permanezcan sin dormir y funcionen productivamente y de forma efectiva. El propósito inicial aquí, bastante simple, es la creación de soldados sin sueño, y el proyecto de estudio de los gorriones blancos coronados es únicamente una pequeña parte de un esfuerzo militar mucho más amplio para erigir nada menos que una técnica definida sobre el sueño humano.. Iniciada por la división de investigaciones avanzadas del Pentágono (DARPA), que está acreditada por la concepción de Internet y del bombardero de combate Stealth, científicos en varios laboratorios están conduciendo pruebas experimentales de técnicas de insomnio, usando neuroquímicos, terapia genética e incluso estimulación magnética transcraneal. El objetivo a corto plazo es la producción de un combatiente que pueda marchar durante un mínimo de siete días sin dormir; a más largo plazo quizá al menos el doble de ese tiempo. También buscan lograr un estado de insomnio sin el déficit cognitivo o físico asociado al uso de anfetaminas en la mayor parte de las guerras del siglo 20. Durante los últimos veinte años, con tempranos resultados que han sido escalofriantemente evidentes, la lógica estratégica de la planificación militar futura ha querido extraer al ser vivo de la mayor parte del circuito de mando, control y ejecución. De todos modos, la necesidad de un gran número de agentes humanos no va a ser eliminada en el futuro predecible, y lo que estamos viendo aquí es el reconocimiento de que será necesario diseñar soldados cuyas capacidades físicas estarán más próximas a las temporalidades de máquinas y redes no humanas. Irónicamente, los gorriones blancos coronados han sido arrancados de los ritmos estacionales de la biosfera para facilitar la imposición de un modelo de tiempo mecánico o robótico, eficiente y funcional, al cuerpo humano. De todos modos, como muchos estudios han mostrado, la mayor parte de las innovaciones relacionadas con la guerra son inevitablemente asimiladas dentro de una esfera social más amplia, y el soldado insomne sería el precedente del trabajador o consumidor insomne. El insomnio, promovido agresivamente por compañías farmacéuticas, devendría primero en una opción de estilo de vida, y eventualmente para muchos en una necesidad. La infraestructura mundial para un trabajo y consumo durante 24 horas sin pausa ha estado lista durante al menos una década y media: el ingrediente pendiente es un ser humano formado para coincidir con ella más intensamente.
2) A finales de 1990 un consorcio espacial ruso-europeo anunció sus planes para construir y poner en órbita satélites que reflejarían la luz solar de vuelta sobre la tierra. El esquema, que está todavía en la fase experimental, describe una cadena de aproximadamente cien satélites que estarán situados en órbitas sincronizadas con el sol a una altitud de 1700 Km., cada uno equipado con reflectores parabólicos desplegables de papel fino de 200 metros de diámetro. Una vez extendido por completo, cada satélite espejo tendría la capacidad de iluminar un área de quince kilómetros cuadrados sobre la tierra con una luminosidad cien veces mayor que la luz de la luna. La motivación inicial fue desarrollar un medio para la provisión de luz en zonas industriales y de explotación de recursos naturales en áreas geográficas con largas noches polares, en Siberia y Rusia occidental. Pero desde entonces, la compañía ha extendido la noción para proveer de iluminación durante la noche a ciudades enteras y áreas metropolitanas, sobre la base de que reduciría los inmensos costos de energía de la iluminación eléctrica. El slogan de la compañía lanza su producto (o servicio) como «luz de día toda la noche». Fui incapaz de descubrir cuál era su modelo de generación de ingresos. La oposición al proyecto se generó de inmediato.
Las organizaciones astronómicas internacionales expresaron su consternación por las consecuencias para gran parte de la observación del espacio desde la tierra. Otros científicos y grupos ecologistas declararon que tendría consecuencias psicológicas perjudiciales tanto para el comportamiento de los animales como para el de los hombres, entre éstos la ausencia de alteraciones regulares entre la noche y el día interferiría varios patrones metabólicos que regulan la actividad biológica, incluyendo el sueño. Por último, hubo protestas y demandas de un conjunto de grupos culturales y humanitarios, que reunían argumentos alrededor de la proposición de que el cielo nocturno es una posesión común, por lo que toda la humanidad tiene el derecho de tener acceso a ella, o de otro modo, la posibilidad de experimentar la oscuridad de la noche y observar las estrellas es un derecho humano básico que ninguna corporación puede anular. Sin embargo, si es algún tipo de derecho o privilegio, está siendo negado a más de la mitad de la población mundial, en ciudades o megalópolis que están envueltas siempre en una penumbra de humo e iluminación excesivamente intensa. Algunos defensores del proyecto, de todas formas, incluidos algunos autodenominados «ecologistas», aseguraron que tal tecnología ayudaría a reducir el uso nocturno de la electricidad, y que los gobiernos deberían apoyar la renuncia al cielo nocturno para reducir el consumo global de energía. En cualquier caso, apunto a esta empresa, a pesar de que sus metas son remotamente alcanzables, simplemente como evidencia de una visión contemporánea en la cual, un estado de permanente visibilidad es inseparable de la producción sin pausa de la actividad económica global.
Y 3): La última referencia se refiere al destino de incontables detenidos, víctimas de interpretaciones de la ley extrajudiciales, y otros encarcelados y torturados en la creciente red americana de campos de prisioneros a partir de septiembre del 2001. Una de las formas de tortura constantemente practicadas por las autoridades de los Estados Unidos y sus sustitutos foráneos ha sido el uso de la privación del sueño. El caso individual de un detenido ha sido ampliamente comentado, y puede ejemplificar también el destino de cientos de otros hombres.
Mohammed al Qahtani fue torturado de acuerdo con las especificaciones de lo que ahora es conocido como «Primer Plan Especial de Interrogación» del Pentágono, que fue autorizado por Donald Rumsfeld. Qahtani fue privado de sueño durante un periodo de más de dos meses, durante los cuales estuvo sujeto a interrogatorios que duraban veinte horas seguidas. Estaba confinado en cubículos diminutos, en los que era imposible tumbarse, que eran iluminados con lámparas de alta intensidad y dentro de los cuales la música ruidosa era atronadora. Paradójicamente, dentro de la comunidad de la inteligencia militar estas prisiones son denominadas como «Enclaves Oscuros», pero una de las localizaciones donde al Qahtani fue encarcelado tenía de hecho el nombre en clave de «Campo Luces Brillantes». Esta no es la primera vez que la privación del sueño ha sido utilizada por los americanos, y es erróneo de algún modo tomarla como caso único porque, para Mohammed al Qahtani y otros cientos, la privación del sueño era sólo una parte de un programa más amplio de golpes, de humillaciones, de aislamiento prolongado, y de ahogos simulados. La privación del sueño como tortura puede proceder de muchos siglos atrás, pero su empleo sistemático coincide con la posibilidad de iluminación eléctrica y el uso de amplificación del sonido. Primero fue persuasivamente practicada por la policía de Stalin en los años 1930, la privación del sueño era el comienzo de lo que los propios torturadores llaman «la cinta transportadora», secuencias organizadas de brutalidades, de «violencia inútil» que daña irreparablemente a los seres humanos. Produce psicosis después de un relativamente breve periodo de tiempo y tras varias semanas causa daños neurológicos irreversibles. Conduce a un estado abyecto de desamparo y conformidad, en el cual la extracción de información con sentido de una víctima es imposible, a un estado en el que uno confesaría o fabricaría cualquier cosa. Quizá es innecesario señalar que la negación del sueño es la violenta desposesión de sí por una fuerza externa, la quiebra calculada de un individuo. Por supuesto los Estados Unidos han estado largamente implicados en la práctica de la tortura, ya sea directamente o a través de personal en sus regímenes cliente, pero lo que es sorprendente es su relocalización regular a la vista pública por completo y su consiguiente inserción dentro de lo que se mueve en el debate ético contemporáneo. Notable en discusiones durante los dos últimos años ha sido la persistente negación de muchas autoridades americanas de incluso conocer que la privación del sueño es tortura, para ellos es meramente una forma de persuasión psicológica. Finalmente sólo señalaré el ampliamente publicitado informe del trato dado al llamado enemigo combatiente José Padilla: no sólo el extraordinario aislamiento y las restricciones en las que fue mantenido, no sólo la privación del sueño a la que él también fue sometido en la primera fase de su cautiverio, sino también la absoluta reconstrucción de su existencia sensorial y perceptual: viviendo en una celda sin ventanas que está siempre iluminada, teniendo que llevar cubiertos ojos y oídos de manera que se oculte la luz o el sonido siempre que sea sacado de su celda, de manera que no pueda saber cuándo es de noche o de día, ni de cualquier estímulo que pudiera dar una pista sobre el «mundo exterior». Este régimen de gestión implacable de la percepción se extiende a los guardias y trabajadores que tienen contacto diario con él, requiriendo de ellos estar completamente equipados, con guantes y cascos con viseras de Plexiglass que ocultan al portador de manera que se niega al prisionero cualquier relación visible con un rostro humano o incluso con una pulgada de piel humana. Es la fabricación de un mundo que radicalmente excluye la posibilidad del cuidado, la protección o el consuelo.
Esta particular constelación de desarrollos, tomada de acontecimientos recientes, son fragmentos que proveen un particular punto de vista privilegiado sobre algunas de las múltiples consecuencias, no sólo de la globalización conducida por las corporaciones, incluyendo sus variantes imperialistas, sino también de los numerosos procesos de modernización occidental ya establecidos. No intento dar a esta agrupación ninguna significación explicativa privilegiada excepto como manera provisional de caracterizar alguna de las paradojas de la expansión del mundo sin pausa del capitalismo del siglo 21, paradojas que están ligadas a configuraciones cambiantes del dormir y el despertar, de la iluminación y la oscuridad, de la justicia y del terror. Quizá es obvio que lo que estoy marcando está directamente ligado a las nuevas formas de exposición, de desprotección, de vulnerabilidad humana, y a los desplazamientos de lo que significa ser humano. Pero más que tratar esto en términos políticos y jurídicos, por ejemplo alrededor de temas de soberanía y biopoder, quiero explorar algunas formas en que la propia experiencia perceptiva está siendo modificada en este escenario contemporáneo de acontecimientos.
He seleccionado lo que algunos podrían llamar ejemplos hiperbólicos, pero si eso es así no están desconectados de lo que han devenido trayectorias y condiciones normativas en cualquier parte. Y una de esas condiciones puede ser caracterizada como una amplia inscripción de la vida humana dentro de un tiempo homogéneo, global, sin tiempo muerto, un entorno en continuo funcionamiento, de incontables operaciones que efectivamente son incesantes. Es un tiempo que simplemente pasa, más allá de la hora del reloj. El slogan 24/7 es una redundancia estática que rechaza su relación con cualquier medida de duración de la vida humana. Connota un arbitrario, un sentido de una semana no modular, extraído de cualquier sentido de experiencia sostenida o acumulativa. Por ejemplo, incluso decir 24/365 no es simplemente lo mismo, introduce una propuesta poco manejable de una temporalidad en la cual algo podría cambiar, algo imprevisto podría suceder. Por supuesto, como indiqué inicialmente, gran parte del mundo desarrollado ha estado ya funcionando 24/7 hace décadas, pero es sólo recientemente que la elaboración, el modelado de la identidad personal y social entera de uno mismo, está siendo reorganizada para conformarse al funcionamiento sin pausa de los mercados, las redes de información y otros sistemas dominantes. El ambiente 24/7 tiene el aspecto de un mundo social pero es, de hecho, un modelo no social de funciones mecánicas que no muestran el coste humano requerido para sostener su efectividad. Es un periodo de indiferencia, alineado con lo que es inanimado o inerte, un tiempo en el que la fragilidad de la vida humana es cada vez más inadecuada y dentro del cual dormir no es necesario o inevitable. Como en una exhortación publicitaria se decreta la absoluta disponibilidad y por lo tanto el cese de las necesidades y sus incitaciones, y su incumplimiento perpetuo.
Por supuesto el sueño, en su profunda inutilidad, su pasividad intrínseca, con su incalculable pérdida de tiempo de producción, circulación y consumo, siempre chocará con las demandas de un universo 24/7 sin pausa, y será un lugar de crisis. La mayor parte de nuestras vidas que gastamos dormidos, permanece como una de las grandes afrentas humanas a la vida económica moderna. De las aparentemente irreductibles necesidades «biológicas» de la vida humana, el sueño, a diferencia del hambre o del deseo sexual, es intrínsecamente extraña a los procesos diversos de la modernización global. A pesar de la investigación militar que he citado, frustra y confunde cualquier estrategia para explotarla o reformarla. La idea de una necesidad humana que no puede ser controlada financieramente dentro de un motor de beneficios persiste como una anomalía monstruosa. Ciertamente, entonces, no es ninguna sorpresa que el sueño esté ahora bajo asedio por todas partes, dada la inmensidad de lo que está en juego económicamente.
La modernidad ha hecho constantes incursiones contra el sueño. El adulto norteamericano medio, duerme ahora aproximadamente seis horas y media cada noche, una erosión respecto a las ocho horas de una generación atrás, y (difícil de creer) bajando de las diez horas de principios del siglo 20. [Crecí con la frase gastamos una tercera parte de nuestras vidas durmiendo como si fuera un axioma de historia natural] Las pastillas para dormir son la excepción principal al ¾de todas formas sin beneficio¾ tiempo del sueño, aunque un producto bien conocido apunta a posibilidades más amplias: el medicamento Ambien fue descubierto recientemente para tener el efecto secundario de causar un extravagante consumo sonámbulo de alimentos. Es un recordatorio ubicuo pero no visto, de una pre-modernidad que no ha sido nunca superada por completo. El escándalo del sueño, con su relación con la hora solar, es la fijación en nuestras vidas de las oscilaciones rítmicas de luz y oscuridad, actividad y descanso, de trabajo y de recuperación, que los efectos homogeneizadores del capitalismo han suprimido o neutralizado en otras partes. Durante varios cientos de años la incompatibilidad del sueño con la modernidad fue suspendida, acotada, como Descartes, Hume y muchos otros lo consignaron a un olvido eficaz, marginado por su irrelevancia completa en el funcionamiento de la razón humana. Pero esa indiferencia de muchos años se hace menos y menos posible. De distintas maneras el sueño se puede entender a través de la enunciación de la modernidad de Charles Taylor como el desmantelamiento acumulativo de cualquier modelo jerárquico u orgánico en el que haya lo que llama «un status ontológico para una estructura de diferenciación». Esto es, siguiendo los términos de su argumento, el mundo moderno ha alcanzado un punto en el que persistir en nociones de sueño como algo «natural» se hace cada vez más inaceptable. Hay, en efecto, una resto superviviente de un orden premodemo dispuesto en complementariedades binarias, de sagrado vs. profano, de trabajo vs. carnaval, o de sueño vs. despertar. Por supuesto, la gente continuará durmiendo, pero ahora como una experiencia fuera de las nociones de necesidad o naturaleza. En su lugar se convertirá en una función manejada, variable según los imperativos económicos e institucionales existentes, una función que puede únicamente justificarse instrumentalmente.
Dormir es una acción irrazonable, inaceptable, que podría poner límites y umbrales, impuestos por los seres vivos, a las supuestamente irresistibles fuerzas de la modernización. Una de las verdades aceptadas del pensamiento crítico contemporáneo es que no hay determinantes inalterables de la naturaleza ni siquiera la mortalidad, de acuerdo con algunos. Creer que hay alguna característica «esencial» que distinga los seres vivos de las máquinas es, se nos dice, ingenuo y nostálgico. ¿Qué importa, insistirán muchos, si nuevas drogas pueden permitir a alguien trabajar en su empleo durante cientos de horas seguidas? ¿No podría la flexibilidad del sueño permitir más libertad personal, la habilidad de customizar la propia vida de forma más próxima a las necesidades y los deseos especiales? ¿No permitiría el dormir menos mayores oportunidades de «vivir la vida de forma plena»? Algunos podrían objetar que los seres humanos están hechos para dormir de noche, que nuestros propios cuerpos están alineados con la rotación diaria de nuestro planeta, a lo cual la respuesta sería probablemente: pernicioso sinsentido New Age o, incluso peor, una ominosa añoranza de algún tipo de conexión Heideggeriana con la tierra. Y en cualquier caso, dormir es para perdedores.
En el siglo 19, siguiendo los peores abusos que acompañaron la industrialización en Europa, los propietarios y directivos de las fábricas se dieron cuenta de que los beneficios serían mayores si a los trabajadores se les permitieran modestas cantidades de descansos para poder ser más efectivos y sostenibles a largo plazo, como bien ha mostrado Anson Rabinbach en su trabajo sobre la ciencia de la fatiga. Pero desde las últimas dos décadas del siglo 20 hasta el presente, con el colapso de formas controladas o mitigadas de capitalismo en los Estados Unidos y Europa, ha dejado de haber cualquier necesidad interna para el descanso y la recuperación como componentes del crecimiento económico y del beneficio. Como Teresa Brennan, Susan George y otros han mostrado, el tiempo para el descanso humano y la recuperación es ahora simplemente demasiado caro para ser estructuralmente posible en el capitalismo contemporáneo. No queda una sola esfera significante o interludio en la existencia humana (con la excepción colosal del sueño) que no hayan sido penetrados o tomados como tiempo de trabajo, tiempo de consumo, o tiempo para el marketing. En el paradigma conexionista del capitalismo contemporáneo, subrayado por Luc Boltanski y Eve Chiapello, se encuentra la mayor recompensa en la actividad, sin ninguna distinción clara entre lo personal e incluso entre la actividad placentera y la actividad profesional. «Hacer siempre algo, moverse, cambiar: esto es lo que goza de prestigio, al contrario que la estabilidad, que es a menudo sinónimo de inactividad». Ellos destacan que este modelo de actividad no es alguna transformación del anterior paradigma de la ética del trabajo, sino que es un modelo de normalización profundamente nuevo, y podría añadirse un modelo que requiere temporalidades 24/7 para su realización.
Permítanme regresar brevemente a uno de los proyectos mencionados al comienzo de mi exposición: el proyecto para el lanzamiento de una gran cantidad de satélites reflectantes como espejos de la luz solar que eliminarían la oscuridad de la noche, tiene algo de absurdo, como un superviviente low-tech de un esquema meramente mecánico de Julio Veme o de la ciencia ficción del inicio del siglo 20. De hecho los primeros lanzamientos experimentales fueron esencialmente fallidos: en una ocasión los reflectores no se desplegaron hasta la posición correcta, y en otra una densa nube cubrió la ciudad de prueba interrumpiendo una convincente demostración de sus capacidades. No obstante, sus ambiciones podrían parecer encajar de algún modo, dentro del amplio conjunto de prácticas panópticas desarrollado durante los últimos 200 años, específicamente los imperativos luminosos que eran parte del modelo original de Bentham, de inundar un espacio con luz, de eliminar toda sombra, como una precondición para un control efectivo. Pero otra clase de satélites de formas mucho más sofisticadas desarrollan las operaciones actuales de vigilancia y acumulación de información que se corresponden, en términos generales, con la articulación de Foucault del proyecto panóptico. Con esta particular empresa lo que está en juego no son las amplias posibilidades para espiar y adquirir datos provistas por scanners no ópticos y sensores térmicos, sino más bien la continuidad del viejo proceso expuesto por Wolfgang Schivelbusch en su estudio de la iluminación del siglo 19, en el cual se muestra como el amplio desarrollo del alumbrado de las calles de la ciudad alivió los diversos peligros asociados a la oscuridad nocturna, y facilitó el marco temporal para muchas actividades económicas. Como Albert Hirschman ha detallado, esta promesa en paralelo de seguridad y prosperidad fue desde el principio un elemento clave de cómo el capitalismo mejoraría la fábrica de la existencia social para todos.
En términos más generales, el funcionamiento de un mundo 24/7 se corresponde con lo que Gilles Deleuze llamó sociedades de control, en un influyente texto de 1990. Deleuze subrayaba cómo los imperativos institucionales estaban comenzando a regular la vida individual y social en formas que eran continuas e ilimitadas, que de hecho operaban 24 horas al día dondequiera que algo sucediera. En una sociedad disciplinaria, las formas de coerción y vigilancia ocurrían dentro de lugares específicos, la escuela, la fábrica, el lugar de trabajo y el hogar familiar, pero durante los momentos y espacios de desplazamiento entre esos lugares uno estaba relativamente sin vigilancia, durante varios intervalos y en espacios sin regular que constituyeron los restos de la vida diaria. Lo que Deleuze identificó como nuevo era la ausencia de huecos, de espacios y momentos abiertos, a los que los imperativos institucionales no afectaban. Él vio mecanismos de mando y efectos de normalización insertos casi en todas partes y en todo momento, que devenían completamente interiorizados, e interiorizados de un modo más comprensivo y micrológico que los imperativos disciplinarios del siglo 19 y el primer 20. En acaudalados sectores del globo, lo que una vez fue consumismo se ha expandido a una actividad 24/7 sin fin de técnicas de personalización, de individuación, de interface mecánica, y de comunicación obligatoria. Como tan bien ha descrito Zygmunt Bauman, la individualización es la labor que nos ha sido dada a todos, y dúctilmente cumplimos con la prescripción de reformamos a nosotros mismos y nuestras intrincadas personalidades continuamente, y podríamos únicamente asir débilmente que rechazar este trabajo no es una opción.
Un amplio conjunto de trabajos desarrolla algunos temas del modelo de Deleuze, incluyendo la caracterización de nuestro inmediato presente como la era de la hiperindustrialización, no posmodemidad, por Bemard Stiegler. Su argumento clave es el incremento de la ausencia de cualquier tiempo significativo o espacio fuera de las redes de la información y la comunicación. Sus efectos continuos y ubicuos han llevado a lo que Stiegler llama una sincronización en masa de la conciencia y la memoria, por la globalización de los productos de los media. No quiere decir que consumamos todos exactamente las mismas cosas, pero sugiere que cuando la actividad deviene consumo permanente, el deseo deviene preso y canalizado, y hay un descenso masivo de la singularidad, de la participación individual y la creatividad en la producción de los símbolos que todos intercambiamos y compartimos.
Se apuntan preocupaciones relacionadas en el trabajo de Paolo Virno, quien ha descrito la existencia de un funcionamiento y expansión ilimitados de la esfera de la comunicación, producción y circulación de información. Dentro de ésta, observa el aumento del consumo personalizado de un amplio arsenal de productos tecnológicos mientras se genera lo que denomina «publicidad sin esfera pública», una formulación similar a Arendt. Virno expresa el requerido conocimiento de las posibilidades afirmativas y emancipadoras en el uso masivo de comunicación, información, pero al mismo tiempo enfatiza la realidad, que no ha habido de hecho ninguna movilización efectiva, ni desarrollo político en todos los modos en que este tiempo sin pausa es gastado, ninguna praxis insurgente derivada de lo que él llama «intelectualidad de masa». Las muchas capacidades generadas por la cultura urbana, tecnológica, han sido mayoritariamente cómplices del sostenimiento de las sociedades de control. Para ampliar esa noción de complicidad, apenas mencionaré cómo un individuo extremadamente influyente ha caracterizado recientemente estas mismas capacidades y herramientas. El Dr. Eric Schmidt es el director ejecutivo y presidente de Google, alguien con un background relativamente inusual tanto en la academia como en Silicon Valley, incluyendo un título de grado por la Universidad de Princeton. Dirigiéndose a ejecutivos de empresas de high-tech hace unos pocos años, declaró que el siglo 21 será sinónimo de «economía de la atención» y que los ganadores serán aquellos que maximicen el número de «globos oculares» que pueden constantemente controlar. La finalidad aquí es la interfaz continua, no literalmente sin divisiones, sino un compromiso relativamente sin ruptura con las pantallas iluminadas de diversos tipos que solicitan incesantemente interés o respuesta. Investigaciones recientes han mostrado que el número de la gente que se despierta una vez o más en la noche para consultar su email o sus mensajes telefónicos está creciendo exponencialmente. Y obviamente el modelo de Eric Schmidt en Google es el derrumbamiento implacable de cualquier separación entre lo personal y lo profesional, entre el entretenimiento y la información, reemplazado todo por una funcionalidad generalizada y obligatoria de comunicación que es intrínseca e ineludiblemente 24/7.
Quizá es evidente que un mundo 24/7 es un mundo desencantado, en su eliminación de sombras y de oscuridad, de temporalidades alternas. Es un mundo idéntico a sí mismo, un mundo con el más superficial de los pasados y así, en principio, un mundo sin espectros. Pero el carácter espectral de la modernidad se funda en la inestabilidad y el fraude de un mundo brillante, homogéneo y sin ningún misterio. Lo espectral es de alguna manera la intrusión o la interrupción del presente por algo fuera de tiempo, de los fantasmas que no han sido vencidos por la modernidad, la supervivencia asíncrona de pasadas derrotas, de emancipación incumplida, de víctimas que no serán olvidadas, y de otras experiencias de vuelta y repetición que se dislocan. Pero parte de su efecto es poner en cuestión la sustancia y la identidad del presente y de su aparente autosuficiencia.
Uno de los más lúcidos compromisos con la naturaleza espectral de la modernidad del final del siglo 20 es la película de Tarkovsky, Solaris de 1972. Es la historia de varios científicos en una nave espacial que se mueve en órbita alrededor de un planeta extraño con la misión de observar muestras posibles de vida inteligente. Cuando la actividad del planeta parece ser contraria a la lógica y las teorías científicas, bombardean su superficie con una intensa radiación, como crudo intento de borrar la imposibilidad de conocerlo y su oscuridad. En Solaris, en medio del insomnio del ambiente iluminado y artificial de una estación espacial, están las condiciones para la aparición o retomo de fantasmas y de alucinaciones. Una de los científicos cita a Cervantes: «la humanidad ha perdido la capacidad de dormir». Ese pobre y aplanado mundo tecnológico y su cancelación de lo vivido, el tiempo diurno es un ambiente en el que la psique de uno ligada a la estabilidad del presente se colapsa y soñando es recolocada dentro de la vida despierta. Pero para Tarkovsky es la misma supervivencia y la proximidad de lo espectral, y la fuerza viva del recuerdo, lo que permite que uno siga siendo humano en un mundo inhumano, lo que hace soportable la condición de insomne. Aparecida en la primera etapa de experimentación cultural de la Unión Soviética post-estalinista, Solaris muestra que conocer y afirmar, después de repetidas negaciones y represiones, estos retornos fantasmagóricos son la única salida posible para la captura de la libertad y la felicidad.
Que un estado de iluminación permanente, de exposición, se convierte en un símbolo para un mundo profundamente despolitizado debe ser evidente. Digo esto valiéndome en gran parte del argumento de Jean-Luc Nancy de que la exposición es un componente necesario de lo que un individuo es, que un individuo puede ser únicamente considerado en relación con lo que está fuera de él. Pero contra esto recordaré cómo Hannah Arendt en varias ocasiones, durante muchos años, empleó símbolos de luz y de visibilidad en varias de sus descripciones de lo que hace posible la vida política. Para que un individuo tenga eficacia política se hace necesario un equilibrio, un movimiento hacia adelante y hacia atrás, entre la visibilidad brillante de la actividad pública y la esfera protegida, blindada, de la familia o la vida privada, que ella llama «la oscuridad de la existencia abrigada»; en otra parte ella se refiere al «crepúsculo que iluminó nuestras vidas privadas e íntimas». Sin ese espacio o tiempo de privacidad, lejos «de la luz brillante implacable de la presencia constante de otros en la escena pública», no podría haber posibilidad de nutrir la singularidad del uno mismo, uno mismo que podría hacer una contribución substantiva a los intercambios sobre el «bien común». Y para Arendt, la esfera privada tuvo que ser distinta de la búsqueda individual de la felicidad material, en la cual definen a uno mismo la codicia y lo que consume. En La condición humana abordó estos dos escenarios en términos de un equilibrio entre el agotamiento y la regeneración: el agotamiento resultante del trabajo o de la actividad en el mundo, y la regeneración que ocurre regularmente dentro de una domesticidad cerrada. Pero ella vio esa posibilidad de un equilibrio profundamente amenazada por la emergencia de una economía en la cual las «cosas se deben devorar y desechar casi tan rápidamente como han aparecido en el mundo», y escribiendo en medio de los años 50 de la Guerra Fría continúa diciendo: «si no fuéramos de verdad nada sino miembros de una sociedad de consumo no viviríamos en absoluto más en un mundo, sino simplemente seríamos conducidos por un proceso en que siempre repetitivos ciclos de cosas aparecen y desaparecen».
Dentro de las amplias cuestiones que he desarrollado hasta ahora, lo que es crucial es el doble y paradójico sentido del sueño como modelo de un estado óptimo sobre el cual el poder puede operar con la menor resistencia política, y el sueño como una condición que finalmente no puede ser instrumentalizada o controlada externamente, que evade o frustra las demandas de la sociedad global de consumo, y que persiste obstinadamente, como una figura de resistencia e incluso de autonomía. Así pues, apenas se hace necesario decir como los clichés sin fin en la crítica social y en el arte (de William Blake a Guy Debord, de Caligari a Matrix) dependen de un monolítico o fatuo sentido del sueño. Pero de manera más seria, también debe decirse que no hay conceptualización binaria del sueño sostenible o útil, a pesar de los modos en que la teoría científica ha contribuido a los nuevos modelos dualísticos. Maurice Blanchot, Emmanuel Levinas, Maurice Merleau-Ponty y Walter Benjamín son sólo algunos de un amplio número de pensadores del siglo 20 que han meditado sobre la profunda ambigüedad del sueño y sobre la imposibilidad de situarlo en algún esquema binario. Podría entenderse de lo que he expuesto hasta aquí, que he estado señalando una dicotomía público-privado en orden a presentar al sueño como emblema de los últimos restos de un campo privado en desaparición. Pero incluso aunque tal argumento pudiera ser útil, lo sería basado en la insistencia en que lo público y lo privado son intrínsecamente permeables, siempre en relaciones de cambiante proximidad y contigüidad. El mayor avance de mi argumento es lo que, en el contexto específico de nuestro propio presente, puede significar dormir para la durabilidad de lo que constituye lo social; que el sueño podría ser análogo a otros umbrales o barreras relacionados, en los cuales la sociedad podría defenderse o protegerse. Como el más privado, más cerrado, más vulnerable estado común a todos, el sueño es, así pues, crucialmente dependiente de la sociedad para ser sostenido. Para Hobbes, uno de los ejemplos vividos de la inseguridad de la condición natural es la indefensión del durmiente, solo contra los numerosos peligros y predadores a ser temidos cada noche. Así una antigua obligación de la comunidad es la de proveer seguridad al dormido, tanto respecto de los peligros como, igualmente importante, de la ansiedad por el peligro. Una parte de las asunciones fundamentales sobre las que se mantiene unido un mundo social procede de la cuestión del sueño —en la reciprocidad entre vulnerabilidad y confianza, entre desprotección y cuidado— esto es, la dependencia del cuidado del otro para el reparo de un sueño despreocupado, una libertad periódica por el cuidado que Barthes denominó el «olvido del mal». Mientras el sueño deviene más y más invadido y dispersado, podría aclararse que la preocupación que afecta al durmiente no es cualitativamente diferente de la preocupación que es trazada inmediatamente por las obvias y severas formas de sufrimiento social.
Fuente: Estudios visuales: ensayo, teoría y crítica de la cultura visual y el arte contemporáneo, no. 5, 2008, pp. 8-21,