¿Reafirmación del marxismo‑leninismo en Cuba? (Segunda parte y final)
Dr. Roberto Regalado Álvarez
El III Pleno del Comité Central del PCC argumentó sobre la necesidad de revitalizar «la enseñanza, conocimiento y divulgación de nuestra historia, así como del Marxismo-Leninismo», de cara a «los desafíos de la guerra cultural que se nos hace desde los centros de poder hegemónico del capitalismo transnacional».
El camino hacia la claridad y firmeza ideológica reclamadas por la dirigencia partidista pasa, sin embargo, por dirimir sobre un tema que ha conjugado diversos problemas. Problemas actuales, pero no novedosos, como no lo son las críticas al canon del «marxismo-leninismo» y a sus efectos políticos, económicos y culturales, a su papel como doctrina organizacional e ideología de Estado. Su análisis debe asumir la herencia peculiar del proceso revolucionario y socialista cubanos, así como la sacudida de los años noventa, cuando el descalabro del sistema soviético y la crisis aparejada asentaron nuevas condiciones en nuestro país.
Dirimir sobre la situación actual del marxismo en Cuba supone aproximarnos a nuestra historia reciente, a los intentos de reformular nuestro socialismo, a nuestras prácticas e instituciones, a los debates y valoraciones que han suscitado. Crear alternativas ajustadas a nuestro contexto implica superar viejos dogmas, no actualizarlos. El proyecto de emancipación social, de crítica cultural, que el marxismo revolucionario ha sostenido, no avala disociar las formas o medios, de los contenidos.
De ahí que decidamos abrir un nuevo espacio para divulgar textos de autores cubanos que han analizado varias dimensiones del tema.
El texto que presentamos a continuación es la segunda parte de un texto inédito. Puede consultar la primera parte en este enlace. (Instituto de Filosofía)
Cuando uno piensa cuántas generaciones de rusos se han consolado con la idea de que su existencia nacional era un «edificio inconcluso», uno puede, en ciertos momentos, sentir con estremecimiento que sobre los esfuerzos de Rusia se cierne una maldición de Sísifo.
Isaac Deutscher (1953)
La Revolución cubana en la «camisa de fuerza» del marxismo‑leninismo
La expresión «“camisa de fuerza” del marxismo‑leninismo» la tomo del ensayo de Fernando Martínez Heredia titulado Algunas reflexiones, al que gloso profusamente en el acápite «La historia “ocurre dos veces”», posterior a este. Sobre las razones por las que la Revolución cubana no exorcizó al «modelo soviético» y a su ideología desde el inicio de la crisis terminal del «socialismo real», en otro ensayo suyo, Izquierda y marxismo en Cuba, Martínez Heredia afirma que es importante tener en cuenta las tensiones y dificultades que confrontó el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas para comprender el desenvolvimiento del período 1986‑1991 y, por consiguiente, para comprender cada uno de sus aspectos, incluido el del marxismo:
En cuanto al necesario abandono de la ideología del «marxismo-leninismo» se produjo una situación que, quizás por evitar ser dramática, resultó totalmente ineficaz. Como resultado de ella no hubo un debate abierto nacional que motivara una renovación del interés sobre bases nuevas que ayudaran a la recuperación del marxismo, y que franqueara un período de transición eficaz para un nuevo florecimiento ideológico y teórico. Faltó un campo alternativo de publicación de criterios diversos, de educación, de debates, en el cual otros temas, otros procedimientos y otras posiciones marxistas pudieran abrirse paso. Además, el funcionariado a cargo de las áreas ideológica y de educación del marxismo‑leninismo había sido formado intelectualmente, en general, en el sistema de la ideología soviética, y estaba habituado a sus modos de pensar y actuar, y a los rasgos negativos nuestros también. Una multitud de profesores y de otros técnicos laboriosos y responsables quedó sumida en una situación profundamente desventajosa y desconcertante. Al faltar una ruptura y un avance, la confusión y el desaliento fueron crecientes.1
Respecto al vacío conceptual y programático en que quedó sumida la Revolución cubana a raíz del colapso del llamado bloque socialista europeo, Valdés Paz describe que, en la estela de la perestroika soviética y la rectificación cubana, el periodo 1992‑2008 se inició con el derrumbe de los regímenes socialistas de Europa del este y del llamado «sistema socialista mundial», con su inevitable impacto sobre la hegemonía y el discurso de la Revolución cubana, los cuales tenían a aquellas experiencias y discursos como un referente útil o necesario. En su criterio, el enorme desafío planteado por estos acontecimientos a la Revolución cubana para lograr la recomposición hegemónica del poder y de su discurso, se vio agravado por los impactos de la crisis nacional en el imaginario social, así como por el carácter inédito de la sociedad emergente bajo estos impactos y bajo los efectos de las políticas de recuperación en curso. De todo ello concluye que la sociedad cubana de los años noventa y en adelante sería una sociedad notablemente diferente:
La fuente inmediata de esa renovación —dice Valdés Paz— fue regresar a la historia, la cultura, el simbolismo y la ideología revolucionaria del nacionalismo radical cubano y, por tanto, implicó también un regreso a la fuente nutricia de Martí. Este proceso que algunos han calificado como de «reciclamiento del nacionalismo» era realmente un repliegue desde la ideología de corte soviético, desde un «marxismo-leninismo» descalificado por la historia, a un discurso que hacía de la Revolución una etapa más del proyecto de nación que debía preservarse a toda costa, mientras el proyecto de sociedad trataba de recomponerse.2
Sin embargo, en contradicción con la necesidad y con la decisión de «tomar distancia» del marxismo‑leninismo y de «atrincherarse» en el nacionalismo radical cubano y en la figura cimera de José Martí, en 1992‑2008:
De manera más o menos conflictiva —plantea el propio Valdés Paz—, en la medida en que el desarrollo de las ciencias sociales cubanas daba cuenta de una realidad no siempre conciliable con el discurso oficial —tanto por sus afirmaciones como por sus omisiones—, los centros de investigación y sus publicaciones comenzaron a plantearle a las autoridades dificultades que estas trataron de acallar con medidas que iban desde algún grado de censura hasta el cierre de las instituciones. De esta manera, las instancias de dirección renunciaban a la retroalimentación que las ciencias sociales ofrecían para la toma de decisiones.3
Entre los factores externos que agravan la situación económica y social de Cuba resaltan: el quiebre, a partir de 2016, del eje ALBA‑TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos), MERCOSUR (Mercado Común del Sur), UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), CARICOM (Comunidad del Caribe), CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), cuya existencia era muy favorable para nuestro país; el recrudecimiento extremo del bloqueo imperialista, iniciado por la Administración Trump en 2017 y mantenido e incrementado por la administración Biden desde inicios de 2021; y el impacto de la COVID‑19, que comienza a sentirse en marzo de 2020. A todo lo anterior, ahora se suman los daños que sufrirá la economía cubana debido a la llamada «madre de todas las sanciones» que los países de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y otros afines a ese bloque decretaron contra Rusia, uno de los principales socios económicos y comerciales de Cuba, y también las sanciones «de castigo» contra Cuba, Venezuela y Nicaragua que, según Biden, les serían impuestas por denunciar la responsabilidad de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, que aprovecharon la belicosidad entre Rusia y Ucrania como oportunidad de ganar‑ganar geopolíticamente, es decir, ganar mediante el posicionamiento de la OTAN en un flanco ultra sensible de Rusia o ganar mediante la «madre de todas las sanciones» para debilitarla en extremo.
El resultado de esta colisión geopolítica entre ambas partes es el perder‑perder de los pueblos, en primerísimo lugar, del pueblo ucraniano que sufre en carne propia todos los horrores de la guerra, en segundo lugar del pueblo ruso, cuyas abuelas y abuelos, madres y padres, esposas, e hijas e hijos, como sus pares en Ucrania, perderán o verán regresar heridos o mutilados a sus seres queridos que, convencidos o no de la causa por la que luchan, pelean esa guerra en su condición de militares, y además sufrirán los efectos de la «madre de todas las sanciones», y también para los pueblos europeos y del mundo en general, cuyas economías y sociedades, en mayor o menor grado, no podrán escapar de sus secuelas.
A 37 años del inicio de la crisis terminal del socialismo real,4 y a más de 30 de la disolución formal de la URSS: ¿es la reafirmación del marxismo‑leninismo la fórmula para revertir los problemas conceptuales, estructurales y funcionales que impiden la materialización del proyecto sociedad que, según Valdés Paz, Cuba necesita? ¿Es la Revolución cubana el producto de «un proceso sujeto a leyes que no depende de la voluntad ni de la conciencia de los hombres»? ¿Es acertada la afirmación de que la historia de Cuba atravesó por el comunismo primitivo, la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo? ¿Sustituyó el socialismo al capitalismo en Cuba porque «no hay ningún régimen social eterno»?
Al adentrarse en su sexta década, el socialismo cubano es azotado por una multifactorial, multidimensional y crecientemente agravada crisis, cuya solución no puede esperar a ver si se cumplen los objetivos anunciados ante empresarios españoles por el ministro de Turismo, Juan Carlos García Granda, de disponer en 2030 de 95 mil habitaciones de hoteles y de la capacidad de recibir a más 6 millones de visitantes por año,5 ni a ver si se logra alcanzar y mantener la rentabilidad de esa capacidad hotelera mediante la captación estable de esos 6 millones de turistas o de una cantidad que se le aproxime. Este es el único pronunciamiento gubernamental concreto que conozco en relación con las expectativas de solución del componente económico de la crisis, que no traerá aparejada la solución automática de sus otros componentes, entre ellos, los socioeconómicos y los sociales en general, los ideológico culturales, los políticos, los institucionales y los medioambientales. En las proyecciones económicas, comerciales y financieras externas en general, y en las proyecciones del sector turístico en particular, es preciso tener en cuenta el factor político. A diferencia de los demás destinos turísticos del Caribe: 1) Cuba es un país socialista objeto de crecientes sanciones extraterritoriales del imperialismo norteamericano; 2) los principales emisores de turismo son países capitalistas aliados de los Estados Unidos; y, 3) estamos en medio de una ofensiva geopolítica imperialista global que nos afecta y puede afectarnos mucho más.
Sin menospreciar las demás causas que contribuyen a la crisis del proyecto socialista cubano, en particular, sin menospreciar los efectos del bloqueo imperialista, que sin dudas es la causa principal,6 entre ellas también resalta no haber exorcizado el «modelo soviético», que impide la socialización, que no es sinónimo de estatización, de la política y la economía cubanas, entre cuyas consecuencias están: 1) el estrangulamiento de las fuerzas productivas llamadas a compensar en la mayor medida posible los efectos del bloqueo; 2) la incapacidad de trazar y cumplir metas explícitamente definidas, de corto, mediano y largo plazo, acordes con la situación y las necesidades del país; y, 3) el estrechamiento, la ralentización y el quiebre del consenso en torno al proyecto de sociedad basado en marxismo‑leninismo, problemáticas que han sido excluidas de los estudios sobre la historia de la Revolución cubana en el poder realizados por las instituciones oficiales.
Para rebasar la crisis en medio de la cual, a más de 63 años del triunfo de la Revolución, se produce el aún inconcluso proceso de relevo del liderazgo histórico, se necesita un enfoque martiano, marxista y leninista verdadero, que parta del conocimiento y el reconocimiento del acumulado y el «por acumular» de nuestros centros de estudios de ciencias sociales, incluido el conocimiento y el reconocimiento de la creciente pobreza, desigualdad y anomia social, y del insuficiente resultado en el combate a las diversas formas de discriminación y en la promoción y garantía del respeto a las diversidades. También urge rectificar el error de haber disuelto los centros de estudios internacionales con que contaba el PCC (Partido Comunista de cuba), que privó al país y a sus instancias de dirección, de información y análisis sobre el contexto internacional del que Cuba no puede sustraerse, y sobre los avances que se producen en las ciencias sociales en general, y en el pensamiento de fundamento marxista y leninista en particular, muy fecundo en América Latina.
Aunque desde hace más de tres décadas que el «modelo» marxista‑leninista de sociedad, implantado en Cuba en los años setenta, sufre una creciente pérdida de credibilidad y capacidad de convocatoria y movilización, y aunque fue por ello que el socialismo cubano se vio urgido de «atrincherarse» en su propia historia, esto aún no se reconoce y, por lo tanto, no se hacen esfuerzos para formular y consensuar un nuevo proyecto socialista. Esta afirmación no ignora, ni discrepa en lo absoluto, de la línea divisoria que establece Rafael Hernández entre los males del socialismo cubano y la influencia soviética:
La visión que hace de la política de la Revolución un espejo de sus relaciones con la URSS —plantea Rafael Hernández— permite hoy seguir atribuyéndole los males del socialismo cubano a la influencia soviética, treinta años después de que desapareciera. Este enfoque se resiste a reconocer un conjunto de elementos negativos en la cultura política cubana, que se reproducen más allá de posiciones ideológicas particulares.
[S]i la Revolución, en sus sucesivas etapas, adoptó e hizo suyos conceptos creados por ese socialismo soviético, como la planificación hipercentralizada o la enseñanza generalizada de un marxismo-leninismo soviético, se trató de una decisión consciente, no de una «influencia». Saldar cuentas con ese intercambio con la URSS, y con todas esas decisiones y exámenes de conciencia, «correctos» y «equivocados», requiere apreciarlos en su momento y circunstancias políticas, para lograr explicarlos y aprender sus lecciones.7
Es precisamente sobre esa base que me aventuro a incursionar por la senda de saldar cuentas con ese intercambio con la URSS, desde hace mucho transitada por intelectuales‑militantes del calibre de Fernando Martínez Heredia, Juan Valdés Paz, Aurelio Alonso Tejada, y otros compañeros y compañeras. Lo hago a partir de la premisa de que la línea divisoria entre los elementos negativos autóctonos y los elementos negativos importados de la URSS, desapareció y se produjo una fusión de ambos, cuyo producto es una mezcla dentro de la cual, a 50 años del XIII Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, que asumió la filosofía del Sistema de dirección y planificación de la economía de matriz soviética, y a 47 años del I Congreso del Partido Comunista de Cuba, que institucionalizó el «modelo soviético» de «construcción del socialismo y avance hacia el comunismo», resulta difícil establecer la diferencia de origen de unos y otros elementos, diferencia que, por demás, no conocen las generaciones de cubanas y cubanos que no tenían uso de la razón en la década de 1960, ya que la historia que se les impartió y se les imparte es una también historia entremezclada.
La institucionalización del poder estatizado característico del «modelo soviético», antítesis del poder socializado concebido por Marx, Engels, Lenin y la propia dirección cubana en la década de 1960, fue la forma en que en los años setenta se decidió «cerrar filas», tanto dentro del país como con el campo socialista encabezado por la URSS, para enfrentar los perentorios desafíos de la agresión imperialista y el desarrollo económico y social. Fue una opción distinta a la planteada por Che Guevara en El socialismo y el hombre en Cuba:
[La] institucionalidad de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación (como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado de su enajenación.8
El «modelo» sustentado en el marxismo‑leninismo, cuyo centralismo y rigidez fueron en buena medida invisibilizados y compensados por la capacidad de comunicación, convencimiento, convocatoria y movilización popular de Fidel, tuvo como inevitable «efecto secundario» el servir de blindaje protector y terreno fértil para la reproducción y fusión de los elementos negativos propios y ajenos que afectan la Revolución cubana.
Si bien el «modelo» político‑ideológico marxista‑leninista contó con un amplio y sólido consenso en la década de 1970 y la primera mitad de la de 1980, en la medida en que la crisis terminal del «socialismo real» y luego el derrumbe del llamado bloque socialista europeo, destruyeron el mito de que los sacrificios realizados en la «construcción del socialismo» se compensarían con creces cuando culminara el «avance hacia el comunismo», esa amplitud y solidez se fueron deteriorando crecientemente. Luego de los daños ocasionados por las «oscilaciones del péndulo» entre las políticas de re estatización y de semi apertura económica en los periodos 1986‑1991 y 1992‑2008, el golpe definitivo a aquel consenso se lo asestó la frustración de las tres grandes expectativas creadas a partir de 2009‑2011:
1. la expectativa de que la «actualización del modelo» aliviaría y eventualmente avanzaría en pos de la solución de los problemas económicos, socioeconómicos y sociales en general, que la Revolución cubana viene acumulando desde sus primeros años;
2. la expectativa de que la normalización de relaciones con los Estados Unidos negociada con la administración de Barack Obama, produciría un alivio del bloqueo imperialista y desembocaría en su eventual levantamiento, todo lo cual se esperaba que contribuyera a lograr lo planteado en el punto anterior;9 y,
3. la expectativa de una flexibilización de los sistemas institucionales establecidos en la década de 1970 (jurídico, político, económico, civil, comunicacional, ideológico cultural y otros), consistente en un distanciamiento de la estatización y en un avance hacia la socialización de esos sistemas, mediante la discusión popular, la elaboración y la aprobación de una nueva Constitución y sus leyes complementarias.
Téngase en cuenta que este paquete de políticas internas y externas, contentivo de otros elementos que aquí no se mencionan —como, por ejemplo, la renegociación de la deuda externa con el objetivo de obtener nuevos créditos y atraer inversión extranjera directa—, se presentó como la fórmula que, final y definitivamente, permitiría avanzar con paso firme en la edificación de un socialismo próspero y sostenible, meta que los ejercicios anteriores de prueba y error no habían logrado coronar. Tampoco haberlo logrado en esta ocasión, fue un duro golpe al ya deteriorado fundamento ideológico cultural del consenso socialista establecido en la década de 1970, con otras palabras, fue un duro golpe al consenso establecido sobre la base del marxismo‑leninismo soviético.
Las preguntas a partir de cuyas respuestas es preciso construir un nuevo consenso son: hacia dónde va el socialismo cubano, y cómo y cuándo va a llegar allá. Es imprescindible articular un nuevo consenso ideológico cultural socialista porque sin la participación consciente, activa y entusiasta de la mayoría de la sociedad será imposible sacar al país de la crisis. Ese nuevo consenso necesariamente tendrá que ser antiimperialista y anticapitalista, martiano, marxista, leninista, guevarista y fidelista, con base real en las ciencias sociales cubanas, con visión de futuro, actualizado y realizable. Además, nótese que en los grandes referentes ideológico culturales del socialismo cubano no se incluye a mujer alguna. ¿Ninguna mujer de pensamiento y/o de acción revolucionaria nos inspira? El problema no radica en establecer una «cuota de género» en los grandes referentes ideológicos del nuevo consenso socialista cubano, sino de reconocer y beneficiarnos, todas y todos, de los aportes de la mujer, no solo en los temas de género y/o sexualidad, sino, tanto en ellos como en todos los demás temas que tienen valores universales.
En las actuales condiciones, reivindicar y reafirmar al marxismo‑leninismo, al materialismo histórico, al materialismo dialéctico y a la economía política «marxista», es reivindicar y reafirmar la continuación y la perpetuación de la mezcla de elementos negativos, propios y ajenos, que la Revolución cubana arrastra desde hace más de seis décadas. Por tanto, la batalla de ideas para abrirle nuevos horizontes al socialismo cubano es, en primer término, la batalla de ideas dirigida a exorcizar el «modelo soviético». Solo así se podrá reconstruir la línea divisoria entre elementos negativos propios y ajenos, premisa esencial para identificar y erradicar ambos.
Para resolver con éxito la crisis multifactorial, multidimensional y en extremo agravada que, al adentrarse en su sexta década, azota al proyecto y al proceso socialista cubano, en vez de reafirmar al marxismo‑leninismo como pilar para erradicar problemas que esa doctrina contribuyó a crear y a agudizar, es preciso cumplir lo establecido en la relegada Resolución de política exterior del IV Congreso del PCC que, a propósito de la crisis terminal del llamado bloque socialista europeo, planteó la necesidad de realizar «el análisis exhaustivo que estos hechos requieren, y que nuestro Partido y nuestro pueblo necesitan, para extraer las enseñanzas que de él se derivan». De no hacerlo, Cuba incurre en el peligro de verse atrapada en un torbellino semejante.
La historia «ocurre dos veces»
Incluyo en este artículo la síntesis de algunas ideas del ensayo titulado Algunas reflexiones, escrito por Fernando Martínez Heredia en 1993, desdichadamente casi desconocido en Cuba.10 De la situación del llamado bloque socialista europeo, en primer término de la URSS, que en unos sentidos se asemeja y en otros no a la situación actual de la Revolución cubana, pero que ciertamente se asemeja por el largo tiempo transcurrido desde el comienzo de la transición socialista sin haber avanzado lo suficiente en el cumplimiento de sus metas históricas, en el texto de Martínez Heredia resaltan los siguientes elementos que deberíamos asumir como llamados de alerta con el propósito de evitar que se repitan en la Cuba actual. El orden de ubicación de esos elementos no es en todos los casos el establecido por él, sino el que se considera lógico para este artículo:
1. El «marxismo-leninismo», basado en el «materialismo dialéctico e histórico», se correspondía teóricamente con el estancamiento del proceso socialista en una «fase intermedia» permanente, y correspondía históricamente al régimen de dominación que rigió en la URSS durante varias décadas y a sus campos de influencia internacional.
2. La fraseología de esa ideología era de movimiento, contrariamente al inmovilismo del régimen que la imponía: sus palabras clave eran el progreso, las fases sucesivas, la «construcción del socialismo», la «satisfacción creciente de las necesidades», etc.
3. Uno de los rasgos de la crisis del llamado socialismo, decisivo en su fase final, es la desactivación de las capacidades y los sentimientos revolucionarios de las personas y de las instituciones del régimen. La obediencia rige como mecanismo de control para el tránsito al capitalismo, la disciplina opera como ceguera, y la ideología economicista dicta los cambios como una fatalidad.
4. La devaluación de lo propio y de la vida que se ha vivido se torna una oscura forma de defensa, que el individuo asume para no autodestruirse, ante la impotencia general para enfrentar, detener y revertir el proceso final.
5. Se produce un abandono progresivo de: a) los medios de poder social que se habían creado y utilizado; b) la convicción que se tenía acerca de la legitimidad del sistema; y, c) la comprensión socialista del mundo y de la vida.
6. Tarda en ser visible la realidad del cambio de funciones que experimenta el grupo de dominación, que incluye la conversión de una gran parte de ese grupo en el conductor del proceso de liquidación del régimen, y en usufructuario de la nueva situación.
7. Una parte de las diferencias que caracterizan en el capitalismo a las clases sociales aumenta y se desemboza, pero el grupo de dominación sigue sin lograr la legitimidad que es inherente a una clase dominante establecida, y no se atreve aún a pretenderla.
8. El poder existente acepta su reducción progresiva, tanto estatal como política, como de conducción ideológica de la sociedad. Los fundamentos de la forma de Estado, de gobierno y de la propiedad, y la vigencia de valores de solidaridad entre las personas, son los últimos rasgos en ser abandonados formalmente. La pérdida práctica de esos factores en etapas previas es un aspecto principal de la transición.
De la situación por la que Cuba atravesó a raíz del colapso del «socialismo real» marxista-leninista, resaltan las siguientes ideas. Recuérdese que fueron escritas en 1993:
1. El mundo llamado del socialismo real, que desapareció entre 1989 y 1991, no era el contexto del socialismo en Cuba, sino una camisa de fuerza que lo aprisionaba.
2. Criticar a fondo la ideología del llamado socialismo real es indispensable para los cubanos de hoy, pero no basta hablar mal de ella, sino explicar sus características fundamentales, sus condicionamientos, sus funciones, su evolución histórica y sus tendencias. Ante todo, como aconsejaba Marx, no hay que creer a esa ideología por lo que ha dicho de sí.
3. Las privaciones que está sufriendo hoy la mayoría de la población cubana no son suficientes por sí solas para hacer degenerar al régimen socialista, ni para lograr que cese el apoyo activo a él. Lo decisivo es cómo se viven esas privaciones, de qué realidad ideológica y política forman parte, qué factores contrarrestantes de poder social y de realización personal tenga y sienta tener la mayoría de la población, qué actuaciones lleve a cabo el poder revolucionario y qué camino muestre.
4. La ideología que se consume en el partido es la de conservar las características que ha tenido la organización en los últimos veinte años, apoyar a la dirección histórica de la Revolución y proclamar la defensa del socialismo y de la patria. Frente a una situación tan difícil y nueva, no va más allá de resistir y conservar.
5. La ideología que se difunde en los medios de comunicación consiste en trasladar expresiones públicas de la dirección revolucionaria, dar informaciones fragmentarias en tono triunfalista —muchas veces irrelevantes o inútiles para el conocimiento popular— sobre la economía y otros temas, no tratar la mayoría de las cuestiones fundamentales ideológicas y políticas que preocupan a los revolucionarios, ni tampoco las de la vida cotidiana, ofrecer informaciones sobre actividades de solidaridad material con Cuba, y dar informaciones internacionales seleccionadas o de fuente extranjera.
6. Entre los funcionarios estatales parece predominar el lógico agobio ante la situación, pero también las confusiones, la inercia y un deseo de recibir orientaciones acerca de qué es lo que se debe hacer. Se comportan de acuerdo a los hábitos adquiridos y a la sensación de que más vale esperar y ver en qué termina todo.
7. La ideología que pretenden mantener los encargados de la preparación marxista en el país es la del llamado socialismo real, aunque ahora asume formas vergonzantes.
8. Las creencias, ideas y prácticas del llamado socialismo real han sido presentadas como las idóneas para «construir el socialismo». Lo dramático es que esas aberraciones que fueron impuestas durante décadas aún contribuyan en nuestro país a obstruir el encuentro del pensamiento con los problemas fundamentales de la sociedad.
9. En la situación cubana actual, la ideología «del socialismo real» conserva sectores con un poder nada despreciable, y se encubre con la capacidad de resistencia del pueblo en defensa de su revolución socialista y de la soberanía nacional. Que esa resistencia pueda parecer a muchos un fruto y una expresión de aquella ideología introduce una gran confusión, que favorece la negación en bloque de la teoría marxista por parte de miles de cubanos y debilita.
Cambiar todo lo que debe ser cambiado, incluido el marxismo‑leninismo como fundamento ideológico‑cultural del socialismo cubano
Cualquier semejanza entre los problemas, insuficiencias, desafíos, disyuntivas y peligros, plasmados por escrito por Fernando Martínez Heredia 29 años atrás, y los que hoy deberíamos estar analizando, debatiendo y buscándoles soluciones, no es pura coincidencia. Son los mismos que venimos arrastrando, por supuesto que a estas alturas arrastrándolos ya muy agravados, en unos casos desde el triunfo mismo de la Revolución, en otros desde que asumimos el «modelo soviético» y en otros desde que desaprovechamos la llamada de atención y la oportunidad que el derrumbe del denominado bloque socialista europeo nos dio para reconocerlos, enfrentarlos y resolverlos.
En ese contexto, «la historia ocurre dos veces», como escribió Marx en El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, pero aquí en Cuba es posible que las dos veces la historia ocurra como «gran tragedia»: «el funcionariado a cargo de las áreas ideológica y de educación del marxismo‑leninismo […] formado intelectualmente, en general, en el sistema de la ideología soviética, y […] habituado a sus modos de pensar y actuar, y a los rasgos negativos nuestros también»,11 es el que monopoliza el establecimiento de los conceptos, los términos, los parámetros, los métodos, y los espacios y los límites del debate ideológico cultural; es el que elabora las propuestas y los proyectos de acuerdos que la dirección del partido aprueba; y es el que ejecuta lo acordado. En esencia, la historia va en dirección a repetirse como «gran tragedia», porque como Martínez Heredia escribió en 1993: «frente a una situación tan difícil y nueva», lo que se hace «no va más allá de resistir y conservar».
El marxismo‑leninismo soviético es una desacreditada base conceptual que de ningún modo puede utilizarse para: 1) construir el nuevo consenso que el socialismo cubano necesita; y, 2) librar con éxito y triunfar en la guerra cultural que el imperialismo nos impone.
Al asumir el término/concepto marxismo‑leninismo, el III Pleno del CC del PCC restringe el horizonte de lo que se va a investigar, a enseñar y a divulgar. Lo investigado, lo enseñado y lo divulgado tendrá que pasar por los embudos y los filtros del «conjunto doctrinario limitado y finito de proposiciones» y del «círculo de fuego, cerrado y hermético»,12 de una sola corriente, una corriente muy específica, de las muchas derivadas del pensamiento de los clásicos, de la cual se ha dicho suficiente en este artículo, aunque podría decirse mucho más. Esta definición marxista‑leninista excluye por completo o, como mínimo, coloca de inicio en una posición sumamente desventajosa a las y los marxistas y leninistas críticos del «modelo soviético», que se habían sentido (levemente) reconocidos e incorporados al debate por las modificaciones a los Estatutos del PCC aprobadas en el V Congreso.
Es preciso decir alto y claro, y repetirlo hasta que se comprenda y se asuma, que el debate que el socialismo cubano necesita hoy no es solo, ni en primer término, un debate filosófico doctrinario entre dos o más interpretaciones o revisiones póstumas de los escritos de Marx, Engels y Lenin: que no puede ser un debate erudito semejante al que Umberto Eco recrea en su novela En nombre de la rosa. El debate que el socialismo cubano necesita hoy es un debate político (¡político!) sobre el pasado, el presente y el futuro del socialismo cubano, un debate al que la filosofía política y la ciencia política de fundamento marxista y leninista aporten el método crítico de análisis. Es un debate sobre todo lo que, con sentido del momento histórico, debe ser cambiado para salvar a la patria, la Revolución y el socialismo.
Por mencionar solo un ejemplo, que supuestamente «Cuba se encuentra en el período histórico de construcción del socialismo» no puede ser una afirmación, y mucho menos la base conceptual del replanteamiento del proyecto y el proceso socialista cubano, asumida como una «verdad», como una «realidad», por el solo hecho de estar plasmada en viejos manuales y programas de matriz soviética. Quienes así lo consideran tienen que fundamentárselo y demostrárselo al pueblo, a este pueblo hoy integrado por las siete generaciones de cubanas y cubanos que Valdés Paz identifica como convivientes a más de seis décadas del inicio del proceso revolucionario,13 siete generaciones, de las cuales, en su criterio: las dos primeras vivieron mejor que sus padres; las dos segundas igual que sus padres; y las restantes peor que sus padres, y que, por lo tanto, tienen vivencias, experiencias, interrogantes, criterios y expectativas disímiles.
¿Cómo hacer el trabajo político e ideológico del partido y las organizaciones de masas y sociales? A este pueblo hay que fundamentarle y demostrarle dónde estamos y hacia dónde vamos, con información empírica procesada y conclusiones científicas, tanto de la situación y perspectivas del mundo, como de las experiencias cubanas acumuladas a partir del XIII Congreso de la CTC y del I Congreso del PCC, información empírica procesada y conclusiones científicas que sean validadas por los centros de estudios que la Revolución fundó, desarrolló y mantiene, precisamente, para que hagan eso.
El debate que el socialismo cubano necesita hoy no es un debate que se pueda desarrollar al margen del escrutinio de: 1) el funcionamiento y los resultados de los sistemas institucionales implantados y de las políticas implementadas en Cuba entre 1972 y 1985; y, 2) el funcionamiento y los resultados de los sucesivos cambios realizados a los sistemas institucionales y a las políticas implementadas en los periodos 1986‑1991, 1992‑2008 y 2009 hasta el presente. Este debate tiene que partir de la premisa marxista y leninista de que la sociedad es una totalidad orgánica, por lo que no se puede analizar y cambiar solo uno de sus sistemas institucionales, en este caso el sistema o «modelo» económico, sin que ello afecte a todos los demás. Solo así podremos identificar con precisión y transparencia: de qué queremos y debemos, y de qué no queremos ni podemos, ser continuidad. El análisis y el cambio tienen que abarcar, de modo coherente, a todos los sistemas institucionales del país, para evitar consecuencias imprevistas y negativas como las que en la actualidad padece el socialismo cubano.
Así sintetiza Julio César Guanche la relación que Juan Valdés Paz establece entre sistemas y subsistemas:
Valdés Paz ha logrado analizar el sistema político cubano de un modo definidamente propio: a) afirma el carácter relativo de la noción de sistema, puesto que todo sistema es subsistema de otro —el SP [sistema político] lo es respecto al sistema social, como a su vez contiene él mismo otros subsistemas, b) registra cómo una misma institución, a través de sus funciones, participa de más de un sistema —como es el caso del Estado—, c) distingue entre el sistema «realmente existente» y lo que el sistema dice sobre sí mismo mediante sus «modelos»: el sistema político puede ser representado mediante sus instituciones, pero todas son siempre partes o dimensiones de la realidad del SP, que no agotan la definición de su perfil. A partir de este horizonte, el autor complejiza la noción gramsciana de «Estado extenso», o «extendido», y facilita tanto historiar mejor los sistemas como confrontar «la realidad» con «el modelo» que ha prometido el sistema. Como resultado, tenemos una historia analítica de lo que el proceso «dice ser», de lo que «es» y de lo que «debería ser».14
Entre las consecuencias imprevistas y negativas que padece el socialismo cubano resalta que el sistema político obstaculiza, dilata, ralentiza, frena y hasta revierte la «actualización» del sistema económico que el mismo sistema político concibió, aprobó y ejecuta, mientras que el sistema ideológico cultural es incapaz de aportar las herramientas conceptuales para lograr la armonía entre el sistema político y el económico, y de cada uno de ellos con el propio sistema ideológico cultural. ¿Cómo «actualizar» el «modelo» (sistema) económico si el «modelo» (sistema) político lo obstruye y lo estrangula al nacer? Pero, como si ello fuera poco, el sistema político también se obstruye y se estrangula a sí mismo, por ejemplo, en la interpretación y puesta en práctica de la Constitución de 2019, y en la aprobación e implementación de sus leyes complementarias, con respecto a lo cual, el sistema ideológico cultural, en vez de impedir o contrarrestar esta obstrucción es, precisamente, el que la provoca, la incentiva y la agrava.
La obstrucción y estrangulamiento entre sistemas institucionales, y dentro de los sistemas institucionales, que no es nueva, sino recurrente, es resultado de la imposibilidad de hallar un punto de equilibrio entre: 1) la necesidad de cambiar todo lo que debe ser cambiado; y, 2) la exigencia de unidad y continuidad que la normatividad marxista‑leninista hace para sí misma con el objetivo de evitar ser descartada, ya que esa normatividad es lo primero que, con sentido del momento histórico, hay que incluir en el punto uno de esta ecuación. Esto implica establecer y esclarecer la diferencia existente entre la irrenunciable unidad y continuidad en torno a la Revolución como proceso histórico y al socialismo como sistema social, de una parte, y la normatividad marxista‑leninista, que afecta a la Revolución como proceso y al socialismo como sistema, por la otra.
Para realizar con éxito este debate no basta con reafirmar la concepción original de Fidel «dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada», en lo referente a no sancionar, no discriminar y/o no estigmatizar, en lo personal, a quienes dentro de la Revolución discrepan de lo que Valdés Paz caracteriza como «ideología […] institucionalizada como una doctrina oficial del Partido y el Estado».15 Además de eso, también es imprescindible que en el sistema ideológico cultural deje de regir lo que Aurelio Alonso Tejada llamó: «Dentro del marxismo soviético todo; contra el marxismo soviético nada». Es preciso que, además no de sancionar, no discriminar y/o no estigmatizar, haya una acción firme y decidida de la dirección del PCC para garantizar que el espacio de debate dentro de la Revolución efectivamente se abra, se democratice, se respete y se aproveche.
En el debate que la patria, la Revolución y el socialismo imperiosamente necesitan, la teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista, asumida como filosofía de la praxis, que a lo largo de sus vidas, y en muy difíciles condiciones, cultivaron y defendieron Fernando Martínez Heredia, Juan Valdés Paz, Aurelio Alonso Tejada, y otros y otras intelectuales‑militantes, no puede seguir confinada a pequeños círculos y reuniones, y al ciberespacio cubano donde recibe «fuego amigo», en muchos casos, de compañeras y compañeros que, con las mejores intenciones, creen estar defendiendo a la Revolución de una perversa modalidad de la guerra cultural imperialista.
Por teoría de la revolución de fundamento marxista y leninista, entendemos los resultados científicos obtenidos, en el pasado, el presente y el futuro, mediante la utilización del aparato categorial y conceptual construido por Carlos Marx y Federico Engels para: 1) descubrir y analizar las características y las contradicciones de la sociedad capitalista; 2) percibir regularidades sociales; y, 3) formular leyes de tendencia a partir de las cuales elaborar los objetivos, estrategias y tácticas destinados a realizar la revolución social. Con plena conciencia de los incontables aportes a esta teoría realizados por innumerables figuras, algunas de las cuales tuvieron discrepancias con Lenin, como Rosa Luxemburgo, y otras cuyo ejercicio de la teoría de la praxis, en condiciones distintas a las de Rusia, naturalmente, aportó resultados diferentes a los suyos, como Gramsci, se destaca y se singulariza a Lenin por la dimensión universal de su pensamiento y su obra como conductor de ese gran parteaguas de la historia que fue la Revolución de Octubre.
En los términos planteados por Néstor Kohan:
La cientificidad de la teoría social marxista reside en su capacidad de crítica. Su cientificidad no reposa en la postulación de todo un catálogo de sentencias (o «leyes de hierro») universales, absolutas y ahistóricas —supuestamente válidas para todo tiempo y lugar, al margen de la historia, las subjetividades y los conflictos sociales— sino en su enorme capacidad para desarmar, desmontar y demoler los dogmas que legitiman el orden social capitalista como natural, inmodificable, absoluto y eterno.
Dicha cientificidad crítica permite establecer regularidades en los fenómenos sociales (leyes de tendencia que abren un amplio abanico de posibilidades con mayor o menor grado de probabilidad) para, a partir de su conocimiento, poder intervenir y transformar la sociedad en un sentido praxiológico políticamente radical.
En el seno de la tradición marxista, ese ejercicio crítico no se realiza solo sobre los relatos metafísicos del pensamiento social burgués que legitima, de diversos modos y con no pocos matices, el orden establecido. La crítica marxista también se aplica a su propia tradición.16
De este último punto se deriva la capacidad de la teoría social marxista de autocorregirse y desarrollarse, lo cual hace mediante: 1) el análisis de los resultados positivos y negativos de su aplicación práctica; 2) el estudio de los cambios sociales; y, 3) la incorporación de los nuevos descubrimientos de otras ciencias.
La filosofía de la praxis marxista y leninista tiene que entrar por la puerta delantera, no por la puerta trasera como «pariente pobre», al lugar donde se debate el pasado, el presente y el futuro del Sistema ideológico cultural de la Revolución cubana, y tiene que sentarse a la mesa donde se realice ese debate, en igualdad plena de condiciones con todas las demás corrientes de pensamiento que allí concurran dentro de la Revolución, incluidos, tal como lo establecen los estatutos del partido «el ideario revolucionario radical de José Martí» y la «tradición singular de lucha liberadora nacional y social en la que se destacan insignes revolucionarios y patriotas», incluidos Antonio Guiteras Holmes, José Antonio Echeverría y Raúl Roa García, ninguno de los cuales cabe dentro de la estrecha definición de marxistas‑leninistas.
La historia no absolverá a quienes, por acción u omisión, pongan en peligro a la patria, la Revolución y el socialismo.
Notas
1 Fernando Martínez Heredia: «Izquierda y marxismo en Cuba», en La Tizza, 12 de junio de 2021. Ensayo publicado en la revista Temas, núm. 3, octubre‑diciembre de 1995. Tomado de: Martínez Heredia, Fernando. El corrimiento hacia el rojo, Editorial Letras Cubanas, 2001, pp. 82‑114.
2 Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución Cubana, Rosa Luxemburg Stifung, México, 2018, t-2, p. 173.
3 Ibíd.: p. 178.
4 Se toma como punto de referencia a la elección de Mijaíl Gorbachov como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética el 10 de marzo de 1985.
5 «Cuba presenta nuevos proyectos en el sector turístico ante empresarios españoles», Cubadebate, 17‑1-2021.
6 Para conocer los factores que el autor considera causantes de la crisis que azota al proyecto socialista cubano, de la serie de Roberto Regalado titulada «El “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba Acumulación de problemas propios. Doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana», véase el artículo «Planteamiento de la hipótesis», en La Tizza, 12‑4-2021. Para conocer las opiniones del autor sobre los efectos del bloqueo norteamericano y la política para enfrentarlo, de la misma serie, véase el artículo «Doble filo del bloqueo» I y II, en La Tizza, 18‑5‑2021 y 27-4-2021, respectivamente. Sobre este tema, véase también el artículo «¿Creer en el “imperialismo benévolo” o forjar una correlación de fuerzas para derrotarlo? Una reflexión desde Cuba», en alainet, 27-10-2021.
7 Rafael Hernández: Guerra culta. Reflexiones y desafíos 60 años después de Palabras a los Intelectuales, Ediciones ICAIC, La Habana, 2021.
8 Ernesto Che Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba, originalmente publicado en la revista Marcha, Montevideo, Uruguay, 1965.
9 Para conocer las opiniones del autor sobre las consecuencias ulteriores del proceso de normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos desarrollado durante el segundo mandato del presidente Barack Obama, véase a Roberto Regalado: «¿Creer en el “imperialismo benévolo” o forjar una correlación de fuerzas para derrotarlo? Una reflexión desde Cuba», ob. cit., en la nota no. 6 de esta segunda parte del artículo.
10 Fernando Martínez Heredia: «Algunas reflexiones», en Fernando Martínez Heredia. Pensar en tiempo de Revolución, selección e introducción a cargo de Magdiel Sánchez Quiroz, CLACSO, Buenos Aires, 2018, pp. 309‑321. Contiene una nota del editor que dice: «Escrito en Matanzas el 15 de junio de 1993. Publicado en: Martínez Heredia, F. 2006 [1998] Socialismo, liberación y democracia. En el horno de los noventa (Melbourne / Nueva York: Ocean Sur) pp. 146-158. Este texto ha sido poco destacado en la obra de FMH. Sin embargo, constituye una reflexión profunda sobre los elementos que pueden llevar a la caída de un régimen socialista. El tiempo de su redacción nos da pistas sobre las motivaciones y desafíos que lo conforman».
11 Fernando Martínez Heredia: op. cit., en la nota no. 1 de esta segunda parte del artículo.
12 Néstor Kohan: Nuestro Marx, Misión Conciencia, Caracas, 2011, p. 93.
13 Juan Valdés Paz: Intervención realizada el 15 de octubre de 2020 en el Centro Memorial Martin Luther King Jr., en Marianao, La Habana, en una sesión de análisis de coyuntura para la actualización estratégica de las proyecciones de trabajo de dicha asociación y de las redes que anima. De esta intervención se han publicado hasta el momento cuatro partes en La Tizza, la primera el 3‑11‑2021, la segunda el 3‑12‑2021, la tercera el 11‑1‑2022 y la cuarta el 10-2-2022.
14 Julio César Guanche: «Buenas nuevas sobre un viejo tema: política, administración y socialismo», prólogo a Juan Valdés Paz: El espacio y el límite. Estudios sobre el sistema político cubano, Instituto cultural Juan Marinello / Ruth Casa Editorial, La Habana, 2009, p. XIV.
15 Juan Valdés Paz: La evolución del poder en la Revolución Cubana, Rosa Luxemburg Sitfung, México, 2018, t-1, p. 300.
16 Néstor Kohan: ob. cit., p. 39.