Las muchas Kari que hay en Kari Polanyi-Levit

Felix Valdés García

Instituto de Filosofía

Es una dicha conmemorar cien años de vida con la persona presente, como me aseverara mi hija al diseñar con otros convocantes este homenaje. Este es el caso de Kari Polanyi Levitt, una académica y activista extraordinaria. Y quiero hacerlo desde el recuerdo, de la memoria de haber compartido con ella un mes de frecuentes encuentros en Montreal, en septiembre-octubre de 2011. Antes no la había conocido personalmente a pesar de saber de sus venidas a La Habana y de la publicación de su libro con Lloyd Best La teoría económica de la plantación en 2009 por el Fondo Editorial de la Casa de las Américas, una institución que siempre sabe dónde están las mejores cosas dichas sobre este pequeño, pero intenso espacio geográfico, que es el Caribe.

Le escribí un mensaje a Kari. Le dije que estaría un mes revisando algunos archivos sobre la presencia de pensadores radicales en la década del sesenta en Canadá y que mi interés era saber por ella, de primera mano, sobre aquellos ardientes años, de sus relaciones con la intelectualidad de la Indias Occidentales de paso por Montreal, ciudad que en esa década fuera el centro principal de actividades y de creación teórica sobre el Caribe. Además, por lecturas sobre ese tiempo sabía que Kari se había convertido, tanto para los intelectuales como para los activistas caribeños, en un referente principal, en un atractor.

La isla de Montreal y en ella las universidades de McGill y Concordia, se habían transformado en los centros académicos que albergaban los mayores debates sobre temas insulares. Allí se daban cita los más activos representantes e intelectuales de un espacio que buscaba la independencia de la Corona inglesa, que a su vez venía de la experiencia y el fracaso de la Federación de Indias Occidentales, y que al mismo tiempo vivía la conmoción de sucesos de gran impacto como lo fueran el triunfo en 1959 de una revolución en la isla mayor, el proceso de descolonización africano con Kwame Nkrumah como estandarte en Ghana y para todo el intenso proceso emancipador en el África negra subsahariana. También resonaba el Movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos y se jugaba el tema de la liberación de Quebec.  Como diría el poeta cubano Silvio Rodríguez en presente: «La era está pariendo un corazón».

En este lapso se desarrollaron los más diversos encuentros, debates, sucesos, desde la independencia de Jamaica, Trinidad y Tobago y Guayana, luego Barbados, las acciones de los Comités de Conferencias Caribeñas que organizaba las Annual Caribbean Conferences on West Indian Affairs (1965, 1966, 1967) e invitaban a conferencistas como C. L. R James, George Lamming, hasta el Congreso de Escritores Negros (1968) o las revueltas de finales de los sesenta en la universidad de Concordia por motivos racistas.  En todo este acontecer Kari estuvo justo en el vórtice, tanto en Montreal como en Trinidad y Tobago, Guyana y Jamaica.

Para sorpresa mía, su respuesta a mi correo fue inmediata. Aceptaba recibirme y facilitarme incluso su augusto despacho en McGill. Solo me pedía le llevara ejemplares del libro publicado por Casa. Coordinamos la fecha del primer encuentro, pautado para el día siguiente de la llegada a Montreal. A partir de entonces iría a su casa a entrevistarle en Outremont. Un día más tarde me llevó a su despacho, me presentó a las autoridades del edificio y me dejó instalado. Otro día fuimos a Concordia, a un encuentro con un estudiante en un café, luego a la conferencia de un reconocido filósofo húngaro de paso por Montreal. Desde el inicio trabajé en su despacho, que no era más que una pequeña oficina en el cuarto piso del emblemático y vetusto edificio Leakop, que tenía una placa en la puerta de entrada que decía: «Kari Polanyi Levit, Emeritus Professor», posición de la que se retiró en 1992. Dentro del local, un aspecto de incuria, repleto de cajas vacías, y un poco de descuido. La administración había empezado a mudar la papelería de la profesora y a desocupar el gabinete. Quedaban sus tazas de té, pocillos de café y, en ese cubículo con un ventanal de cristal desde el cual se podía divisar el inmenso parque de una de las entradas a la universidad. Allí pasé la mayor parte del tiempo, transcribiendo las entrevistas, leyendo o buscando libros en la biblioteca.

Sabía que la obra de Kari era trascendental y que en ella había varias Kari. Una tras otra rotaban sus diversas dimensiones profesionales y de vida. Una era la de profesora de economía de la universidad, otra una apasionada caribeñista, otra, albacea del legado de sus padres y de su herencia húngaro-austríaca. Y, la cuarta dimensión estaba ligada a su constante activismo político y académico, el cual atravesaba las dimensiones anteriores.

Kari llegó al Caribe por primera vez en la Navidad de 1960. El profesor de Toronto, B. S. Keirstead —invitado a la University of the West Indies (UWI) por su primer rector, el economista Arthur Lewis—, le pidió a su exalumna que le acompañara a Mona para trabajar en un estudio para el Gobierno de la entonces Federación de las Indias Occidentales, sobre tarifas Inter-territoriales de Carga y para los Servicios Federales de Embarque. Este trabajo le hizo andar entre Jamaica y Trinidad y reencontrar allí a compañeros de estudio de Inglaterra, como Lloyd Braithwaite, Gladstone Mills (Charlie), o a los contagiosos jóvenes economistas graduados en la metrópolis como Alister McIntyre, Lloyd Best, también a William Demas, todos luego reconocidos académicos y activistas caribeños.

Desde entonces Kari se sintió conquistada por la brillantez y el entusiasmo de los resueltos profesores que aclamaban por desafiar, desde el conocimiento y el esfuerzo intelectual, los modos coloniales de pensar. Ellos se veían envueltos en la crítica a lo viejo (la dependencia colonial en el ámbito del saber) y en pensar lo nuevo, que estaba ligado con la descolonización en toda su extensión. Los jóvenes economistas, sociólogos, historiadores y cada uno ‘de todo un poco’, buscaban nuevos paradigmas, adecuados al desarrollo del Caribe, a sus pequeñas economías y sociedades, una región con una historia preñada de rupturas y deformaciones estructurales originadas por el saqueo colonial. Este grupo que se daría a conocer luego como Grupo Nuevo Mundo (New World Group, NWG), trataba de andar por sí mismo, opuestos a las nociones de «talla única» provenientes, como era habitual, más al norte del Mar de los Sargazos.

A partir de entonces Kari comprendió que «esta gente era la suya». Así me dijo. Ellos le contagiaron de su energía mientras ella les fue recíproca. Desde su nueva posición en McGill, al frente del Centro de Estudio de Áreas en Desarrollo (CDAS), a partir de 1963, se propuso ayudar, haciendo de este espacio un lugar que favorecería la colaboración académica. El primer estudioso en llegar a Montreal fue William Demas, justo ese año. Pasados más de medio siglo, a Kari se le refleja en el rostro su aprecio por Demas y por el trabajo que asumiera en el Centro, referido al futuro económico de países de pequeñas dimensiones y su desarrollo. Así se daba inicio a un tema primordial que les conducía a la revisión crítica de perspectivas académicas en boga, tanto en las academias del norte y Occidente, por Gunnar Myrdal, Dudley Seers, como por los economistas latinoamericanos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Raúl Prebish, Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, dentro de la tradición del enfoque estructural, y para quienes la dimensión histórica del análisis económico, pasaba a ser fundamental. De la estancia de Demas en McGill se publicó un libro, principal para desarrollos posteriores entre los economistas de la región, en particular para la teoría de la economía de plantación de la cual ella, con Lloyd Best, emprenderían juntos. Se trata del volumen: La economía del desarrollo en los países pequeños (1965), basado en la realidad económica y social, histórica, del Caribe.

Alister McIntyre, quien enseñaba en el Campus Mona, enviaba a sus estudiantes a McGill para realizar estudios de postgrado, fundamentalmente con el acompañamiento de Kari. De entre los jóvenes recibidos estuvieron Edwin Carrington, Ainsworth Harewood y Adlith Brown, todos con posterioridad, connotados intelectuales y políticos economistas caribeños. De esta relación mutua, se publicó en 1967 un libro sobre las relaciones económicas entre Canadá y las West Indies.

El Grupo Nuevo Mundo, coordinado por Lloyd Best pretendía deshacerse de presupuestos inoperantes en la ciencia social y económica vigente. Ellos polemizaban con la herencia intelectual, con las teorías que ocultaban el estudio de la región. Por eso Lloyd Best formuló su concepto referido a la necesidad de hacerse de un pensamiento independiente (the independent thought), y de ir al pasado desde el presente para crear otra ciencia, otra teoría de raíces caribeñas, que permitieran la independencia de la región misma, y con ello esa otra noción de Best: Caribbean freedom. Es decir, el NWG acudía a los propios fundamentos del saber, a las rupturas con las epistemes clásicas, un proceso que implicaba, no solo la independencia económica, política, jurídica, sino del saber mismo, de los presupuestos sobre los cuales se va a conocer y a actuar en lo adelante. Esto era ya, prematuramente, una revolución en la esfera del pensamiento y un vuelco epistemológico, anterior a las formulaciones actuales, de moda en las academias del Norte y Latinoamérica. Para ellos había que emprender una independencia epistémica, alcanzar la soberanía en este ámbito. Sus trabajos estuvieron decididamente marcados por tal propósito.

En 1964, en la sede de la UWI en St. Agustine, Trinidad y Tobago, Kari y Lloyd decidieron enfrentar el estudio de la economía caribeña. Formularon un modelo base, partiendo desde sí, por medio de un método de aproximaciones sucesivas y de historia razonada, que partía de la experiencia histórica, colonial del siglo XVII. Su propósito era facilitar cuestiones prácticas y urgentes: comprender para transformar su mundo y desde la interpretación teórica, aprehender la realidad de los jóvenes estado-nación que aparecían con la independencia (¿formal?) de la Corona Británica.

La plantación esclavista constituía para ambos el punto de partida, el modelo que le permitía comprender el desarrollo económico de las pequeñas islas antillanas. La plantación era la institución económica, original y genérica de la economía insular, instituida en el siglo XVII que abarcó todas las áreas cultivables y las desbordó, hasta irradiar la totalidad de las instituciones actualmente existentes, lo cual ha sido una marca imborrable de la experiencia antillana. La Historia (con H mayúscula) comienza a ser para sus estudios económicos una arista que no quedaba al margen, y que les distingue, así como lo deja dicho el propio Best desde el comienzo, en varias conferencias. Este tema se hizo la primera tesis, el primer capítulo del libro que se publicara en La Habana.

Me asombraba hablar con Kari. Ella contaba con naturalidad, tanto anécdotas de su trabajo con Best, sus relaciones con el NWG y la revista, sin embargo, no descubría en la conversación con ella que le atribuyera demasiada importancia a la relevancia teórica y sobre todo de ruptura epistémica que sus estudios implicaban. También reconocía que para la teoría, la mayor parte de los datos sobre la plantación eran tomados de la experiencia en el Caribe anglófono, no así de las «islas independientes», como me decía, para referirse a Cuba, Haití y República Dominicana. El Caribe eran las West Indies, las Antillas inglesas, tal y como para los francófonos el Caribe es la Caraibe. De Puerto Rico supieron algo más porque Best tuvo mayor cercanía como estudioso con esta isla.

En 1966, y para dedicarse a los proyectos planteados entre ambos, Kari Levitt logró una subvención para trabajar con Lloyd en McGill y así emprender juntos el estudio sobre el crecimiento impulsado desde el exterior y el proceso de la industrialización en el Caribe. Todavía con asombro recuerda la llegada de la familia y su involucramiento en su acomodo, su traslado por las calles de la ciudad. En Montreal, Lloyd fue muy activo. Se desenvolvía entre el NWG, la edición de la revista New World, las conferencias, algunos compromisos en Puerto Rico, así como la participación en la vida política-intelectual de Montreal en estos años, que les colocaba en un ajetreo —y también ante riesgos—, jamás olvidados por la profesora de McGill. La consumación de ello se expresa en las Conferencias Internacionales de los caribeños residentes en Canadá, donde por primera vez formulara sus conceptos Independent Thought y Caribbean Freedom.

Un día me contó, aun con el asombro en su rostro por lo sucedido, cómo cargaban en su carro volúmenes salidos de imprenta de los New World Quartely y de cómo corrían de la imprenta a la universidad, marcados por la premura y el carácter de Best. De estas lides surgió una relación especial entre ambos.

El estudio propuesto resultó tan amplio que no pudo terminarse en el tiempo previsto, pero como decía Norman Girvan, enfrentaron el imperialismo metodológico inherente, una «economía de talla única». Del trabajo quedaron cuatro volúmenes inéditos de texto, mimeografiados. Algunos adelantos fueron publicados en la revista del NWG. Kari recuerda como George Beckford insistía en dar a conocer, bajo el título «Características de la economía de plantación», sus avances, en un libro que él organizaba, bajo el título: Economía del Caribe (1975).

La teoría de la economía de plantación, no vio publicados sus postulados, sus modelos, de modo definitivo, hasta 2004, cuando la autora, tras 35 años de haberse dado a conocer parcialmente y constituir una perspectiva de análisis, decidiera con Lloyd reunirlos y publicarlos definitivamente, sin necesidad de hacerle cambio alguno. Un tiempo después el dinámico y genial amigo de Kari falleció. En 2009 salieran a la luz, traducidos al español y publicados la Casa de las Américas en La Habana, los ensayos de una teoría que marca una escuela, una perspectiva, gracias a la intensidad de varios, en particular al empuje de Graciela Chailloux Laffita.

La teoría de la economía de plantación pudo haberse convertido en una escuela caribeña de economistas como lo fue la escuela cepalina en Latinoamérica, pero esta vez para el análisis de las realidades nuestroamericanas insulares. Sin embargo, el no haber sido publicada en sus años, completada paulatinamente como ello fuera desde su experiencia y puesta en práctica, hizo que el neoliberalismo de los ochenta hiciera de todo el acervo acumulado, de las ideas que se validaban, una de sus víctimas.

Polanyi Levitt y Best,  advertidos del papel de las instituciones, de las estructuras, de la historia como herramienta del análisis económico, propusieron una pauta de análisis, un esquema, una teoría caribeña, que no significaba un simple modelo económico formal, sino constituía una herramienta para la transformación económica, en función de lo cual siempre se desarrolló. Tanto Best como Kari, reaccionaban impulsados por el fracaso de la teoría de «industrialización por invitación», promovida por Arthur Lewis durante la posguerra, con la generosa intensión de eliminar el desempleo en las islas.

Era necesario abandonar la adaptación de perspectivas allende el Atlántico Norte, y de más arriba del Mar de los Sargazos. ¿Cómo guiar la política económica y social en las islas caribeñas, para solucionar el desempleo, la desigualdad en los ingresos, la exclusión económica y social y poner fin a esa perenne dependencia de la asistencia externa? Este fue el aguijón de todos y no la simple ciencia por la ciencia.

No se trata de la plantación en sí, sino a partir de ello explicar los ciclos de florecimiento y bancarrota, donde lo primero no es autosostenido, como tampoco la bancarrota libera a la economía de la dependencia, pues se mantiene ese rasgo de la plantación introducido por la propiedad foránea, (capital extranjero) y una producción orientada a la exportación, que ve fracasar en su impulso inicial, de apogeo e invasión total. Esta realidad se convierte en una condición de dependencia económica permanente: crecimiento sin desarrollo, ajustes sin cambios estructurales, diversificación sin transformación. Para los autores del libro que compraba en La Habana, se trataba de algo como si fuera un organismo vivo que merece ser analizado en su síndrome.  

En Cuba, tanto Ramiro Guerra como Manuel Moreno Fraginals han apuntado en sus estudios de la industria azucarera cubana, los rasgos de la plantación en su forma clásica. Ramiro Guerra en su preocupación por el latifundio cañero a inicios de los veinte en Cuba, partió del caso modélico de Barbados, cuando el capital extranjero insufló recursos financieros para abarcar toda el área cultivable de una isla, trasladar la mano de trabajo esclava barata, y desarrollar la plantación en esta, orientada a la exportación del producto total, hasta entrar el propio sistema en crisis por sus necesidades de expansión limitadas en estas condiciones. Moreno igualmente refirió en detalles los mismos rasgos de la plantación azucarera cuando esta se implanta en diferentes tiempos y espacios en el Caribe, caracterizado por: capital extranjero, mano de obra esclava, economía para la exportación, uso desmedido del espacio y extorsión insular total.

Polanyi Levitt y Best, abstraídos del rasgo individual, observan cómo el fenómeno se da, desde la plantación típica, que denominan pura (modelo I), a los modelos modificados y ampliamente modificados (modelos II y III), que mantienen en esencia el mismo patrón de desarrollo, dejando para después el modelo alternativo, o el antimodelo IV. La economía se sostiene por las instituciones y la cultura de cualquier sociedad; el desarrollo es un proceso desde dentro, por lo tanto, cualquier política que conduzca a las transformaciones económicas y sociales debe tener en cuenta estos constreñimientos dejados por el legado histórico, social y político.

Las nuevas propuestas, las afirmaciones que dejan de ser hipótesis para convertirse en convicción, en punto de partida, la búsqueda inquieta de los jóvenes intelectuales se convirtió en uno de los movimientos académicos y prácticos de mayor influencia teórica del Caribe anglófono, con su revista, sus acciones prácticas. Montreal fue uno de sus puertos más importantes a donde todo esto llegara y de donde saliera, de vuelta al Caribe y al mundo.

Habría que señalar que la labor de Polanyi Levitt no fue solo académica en esta región. Tras el trabajo con Best, William Demas la invitó a desarrollar un sistema de cuentas económicas nacionales entre 1969 y 1973, debido a su experiencia en contabilidad económica multisectorial y a sus conocimientos sobre las economías de la región insular. Ello ponía en desarrollo la teoría ensayada, y por ello, su resultado constituye el ensayo seis de la teoría de la economía de plantación. 

Al cerrar la década del sesenta vino un tiempo convulso. Las revueltas en Mona tras la negación de entrada de vuelta de Montreal a Walter Rodney, los sucesos en Concordia, el movimiento Black Power, la crisis en el gobierno de Eric Williams, el movimiento obrero, etcétera, hicieron del espacio insular un sitio un tanto aciago.

Entrados los años setenta Kari trabajó como profesora del Instituto de Relaciones Internacionales de la UWI en St. Augustine, Trinidad (1974), mientras en 1978 aceptó la condición de profesora visitante del Departamento de Economía de Mona, Jamaica (1978-1980), labor que le fuera suspendida por el gobierno, con posterioridad, por razones de índole política.

Cuando iba a su encuentro la primera vez, no sabía de toda la trascendencia de su obra ni todas las Kari que habían juntas detrás de enigmática mujer. Solo imaginaba su pasión por el Caribe y su entrega absoluta, su compromiso político con procesos liderados por Eric Williams, Chedi Jagan, los Manley en Jamaica, o Trevor Munroe, y Maurice Bishop. Tampoco sabía de su extensa labor académica canadiense ni de su interés por la economía para el desarrollo. No sabía de sus libros sobre la inversión en su país adoptivo, de sus resultados sobre «El estado de Estudios para el Desarrollo en Canadá», o la fundación de la Asociación Canadiense para el Estudio del Desarrollo Internacional. Todo me vino junto.

No obstante, este homenaje no puede dejar de hacer mención a esa otra Kari que también descubrí. Sabía que era la hija única del reconocido científico Karl Polanyi, autor de La gran transformación (1944). Eso explicaba sus estrechos nexos con Hungría y Austria, los países de sus padres y que ella además, con otros especialistas, fuera albacea y promotora del estudio de la obra de ambos. Un día me llevó, tras mucho andar en bus por la avenida Sherbrooke, al Archivo Karl Polanyi, al cuidado de la Universidad Concordia. Allí se custodia todo lo relacionado con su padre. Pero mayor fue la sorpresa cuando pude apreciar la historia de la madre, tan grande como la del autor de un estudio tan profundo sobre el desarrollo del capitalismo inglés. Ilona Duczynska, su mamá, fue una mujer valiente, comprometida, muy capaz, políglota y versátil intelectualmente. De joven tuvo un activismo que se me hacía parecer a Rosa Luxemburgo, pues compartieron, ella un tiempo después, Zurich como centro de actividades y refugio. Me sobrecogió ver, entre tanto documento histórico, libros infantiles rusos, aquellos de los primeros años del poder soviético que su madre le traía del país de los Soviets, cuando por estrechas relaciones con los lideres de la Revolución de Octubre, y aun en Suiza antes de 1917, le hicieron ir en largos e intensos días a San Petersburgo y Moscú, ciudades que protagonizaban una nueva ilusión. Kari creció viendo textos infantiles en cirílico, tal vez traducidos por su mamá y quería mostrármelos porque sabía que había vivido allí y que hablaba ruso.

Su mamá Ilona vivió intensamente el compromiso con el cambio, enfrentó los desmanes contra los obreros del entorno austro-húngaro, colaboró con la revolución de Bela Kun, con Karl Radek y la Tercera Internacional. Se le tildó de luxemburgista, se le expulsó del partido, no aceptó la perfidia ni los rumbos posteriores que se sucedieron en Hungría y en la URSS  estalinista. Fue por su mamá que la familia vino a Pickering en Canadá y no pudieron radicar en Nueva York donde su padre recibiera una beca y un puesto de trabajo como profesor de Columbia. El gobierno de los Estados Unidos le negó la entrada a la amiga de Nadiezhda y Lenin, de los bolcheviques rusos, a la revolucionaria austríaca. Descubrí, escuchándola, que su madre fue cardinal en la vida de la familia, tanto como lo fuera el peso que su padre les legara, y que allí, en este edificio se conservara en ordenados archivos. Kari se me empezó a parecer más a su mamá, a la militante incesante y audaz. Descubrí en ella esa otra dimensión. Entendí, visualicé de nuevo —como en cámara lenta—, aquel momento, aquel día en Montreal entrando con ella a McGill, y ella, al ver a un grupo de mujeres en una huelga planificada, se salió del camino y acudió a hablarles, a preguntarles y animarles en sus reclamos. Esa chispa electrizó su cuerpo y me hizo ver a la mujer que vibra, aun, ante las voces de aquellas trabajadoras de servicio de McGill.